¿Salud en tu móvil?

POR YADIEL BARBÓN SALGADO, ESTUDIANTE DE PERIODISMO

salud en el móvil

Lucía quiere bajar de peso. Tantos kilos de más la irritan. Encuentra en la medicina la solución a sus problemas pero no con un dietista, ni un entrenador. Tiene en su móvil el remedio para el inconveniente que la agobia. Pero… ¿será segura su decisión?

Con el avanzado desarrollo científico técnico, los teléfonos inteligentes se han convertido en herramientas de uso habitual e imprescindible. Sus ingeniosas aplicaciones ganan la atención de clientes sedientos de aprender, informarse, entretenerse y cuidar de su estilo de vida.

Precisamente las apps que tienen la salud como temática principal ganan peso en la sociedad. Se mantienen como las más descargadas y contribuyen a llenar de ingresos el bolsillo de sus creadores. Pues sí, contraria al estado de bienestar que todos conocemos, la salud es ahora un sempiterno negocio internacional en lo que a tecnología se refiere.

Consejos para el cuidado de la voz, ejercicios físicos en casa, tratamientos para todo tipo de malestares corporales y osados diagnósticos respecto a los estados de ánimo, están entre los tópicos más solicitados por los internautas.

El quid de la cuestión recae en que, según un estudio de la Universidad de Michigan, las funcionalidades de estas aplicaciones fallan en la mayoría de las ocasiones, pecan en sus políticas de privacidad y la mayor parte no responde a un aval científico confiable. Incluso las valoraciones que obtienen en las cibertiendas, vistas en la cantidad de estrellas, para nada se corresponde con sus niveles de utilidad.

Además, el 80 por ciento de estas aplicaciones no cumplen con muchos de los estándares destinados a evitar el uso y la divulgación de datos sensibles de los usuarios, por lo que estos ponen en peligro su intimidad al solicitar el acceso a la geolocalización, micrófonos, cámara o lista de contactos, parámetros completamente innecesarios para su óptimo funcionamiento.

Y aunque pueden suponer refuerzos positivos y de motivación para sus consumidores, no están exentas de errores que pueden acabar en complicaciones médicas para los clientes que, con confianza, las emplean. No obstante algunas sí están respaldadas por corporaciones fiables y de prestigio, mientras que las demás son bajadas de la web ciegamente, sin percatarse de sus informaciones inexactas, inverosímiles consejos, dietas riesgosas, falta de reconocimiento clínico y publicidad innecesaria.

¿Acaso tienen estos programas informáticos los años de estudio con que gozan profesores, médicos u otros expertos de salud? ¿Dónde quedan los vastos conocimientos de estos profesionales?

La “tecnologización” de la sociedad es inminente por su amplia gama de prestaciones que, aunque seductoras, de última generación o de sofisticadas técnicas, al fin y al cabo son proyectos que jamás podrán competir con la perfección del cerebro humano.

Estas apps han llegado al campo de la salud para quedarse y revolucionar la medicina. Vincularlas con los historiales médicos, compartir esas informaciones con los doctores e incluso cooperar entre profesionales y estudiosos, son las decisiones a tener en cuenta para diseñar este tipo de productos de alta demanda. Más que una lucha, la colaboración debe ser el equilibrio para la balanza.

Los kilos mantienen sus valores y hacen que el frenesí continúe. Lucía no lo piensa dos veces, finalmente recurre al doctor que tanto eludía y con él encuentra la ayuda que necesita. Confiar en su móvil es una opción, pero es su médico quien sabrá dirigirla por el camino correcto hasta que vislumbre el progreso de su sacrificio.

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