Trabajadores de la salud: sublimes hacedores de sueños

Por Gabriela González González

medicos

Confieso que cuando se avecinan fechas como la jornada del Educador, el Día de los Niños o el Día de la Prensa cubana, una musa me visita y me ayuda a engendrar alguna simple crónica sobre esos temas. Admito que hasta hoy el Día de la Medicina Latinoamericana no me había inspirado a enfrentarme a una hoja en blanco.

Por ello pido perdón. Pido perdón a aquel médico de la familia (que no recuerdo su nombre), quien con mucho cariño batallaba para poder observar mi garganta a contrapelo de mi resistencia.

Pido perdón igualmente a las estomatólogas y ortodoncistas de mi infancia, capaces de soportar aquellas manifestaciones de rebeldía casi inconscientes.

No todos los seres humanos responden con sonrisas ante las sustancias vomitivas y reacciones escandalosas de los pequeños. Por ello, considero que los trabajadores de la salud llevan un tanto de psicólogos, un tanto de educadores, un tanto de abuelos, esos seres consentidores por excelencia.

Agradezco, entonces, a quienes contribuyeron a que mi dentadura no quedase de forma invertida para siempre. A ellos les debo el deseo de sonreír sin timidez ni reparos. Pido perdón aquel máxilofacial que me salvó de una nariz desviada, cuando sufrí un accidente hogareño causante de una partida de tabique.

Pido perdón también a esos profesionales de bata blanca que han contribuido a la salud de mis hermanos, mis padres, mis abuelos, mis amigos.

Pido perdón a los médicos que me han concedido entrevistas periodísticas sin mostrar arrogancia ni orgullo, sino dispuestos a compartir sus conocimientos.

Y ahora cuando vivo una nueva etapa de mi vida, pido perdón a los ginecólogos-obstetras Adolfo Domínguez Blanco y José Luis Homma Castro, quienes con su trabajo alegran y cambian las vidas de múltiples parejas matanceras.

Pido perdón a quienes me han atendido en altas horas de la noche y agradezco a todos los médicos que invierten su vida entera en el empeño de salvar a otros, a quienes no cierran los ojos en jornadas de guardias nocturnas, a quienes viajan a parajes foráneos donde ni siquiera existe el ya antiguo invento de la electricidad. A quienes se despiden de sus hijos pequeños para salvar a otros niños que solo conocen de desastres, miseria y desesperanza. Agradezco desde hoy a todos los trabajadores de la salud, esos sublimes hacedores de sueños.

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