Abdala o cómo hacer una túnica con una sábana

El 23 de enero de 1869 José Martí publicó en La Patria Libre, publicación de un solo número, su poema dramático Abdala, en el cual alude de forma velada a los acontecimientos que ocurren en Cuba y el ánimo de los cubanos. A 150 años del suceso, nuestra redacción lo recuerda con esta crónica.

POR GUILLERMO CARMONA RODRÍGUEZ

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Las escuelas cubanas poseen predisposición por lo dramático, por el teatro, no por el drama. En los matutinos cuántos de nosotros no actuamos frente a una formación de pantalones o sayas amarillo mostaza, en la secundaria, o rojo kétchup en la primaria.

Declamamos el principio del discurso de José Antonio Echavarría: «¡Pueblo de Cuba!- en la primera parte se ponía bastante énfasis- En estos momentos acaba de ser ajusticiado revolucionariamente el dictador Fulgencio Batista».  Con los rostros pintados con carbón y un tabaco, apagado, aclaro, apagado, no encendido, escenificamos el desembarco del yate Granma o la toma del cuartel de La Plata. Sin embrago, hoy hablaré de otro de los clásicos de este incipiente movimiento de artistas aficionados, Abdala, de José Martí.

Yo participé en el montaje, como muchos otros imagino, de esta la primera obra dramática del Apóstol, escrita a una edad no tan lejana de los actores improvisados, 16 años. Me hubiera gustado ser el protagonista, Abdala, el joven de la región de Nubia; pero por mi pobre figura o, mejor dicho, mi elíptica figura, me correspondió los papeles secundarios: senador, soldado u otro cualquier otro extra (hombre que pasa y mira #3)

De todas maneras memoricé mis diálogos y algunos que no eras míos. No grité a garganta rajada: «El amor, madre, a la patria/No es el amor ridículo a la tierra,/Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;/Es el odio invencible a quien la oprime,/Es el rencor eterno a quien la ataca;…», pero las palabras igual me llegaron.

El día del estreno nos envolvimos en unas sábanas blancas que con dos vueltas y un nudo se volvieron túnicas, a la moda de la alta costura romana antigua. Nos enfrentamos a un público más burlón que reflexivo, porque a esa edad se afila el “chucho”. De vez en cuando, un silencio absoluto de esos que solo rompen los grillos y otros bichos con su psss, psss, se apoderaba de la audiencia. La obra trocaba sus cabezas.

Esto acabó cuando el muchacho que interpretaba a Abdala, después de unas conmovedoras últimas líneas, se levantó a los dos segundos de “fallecer”, antes que su cuerpo “inerte” siquiera tocara el suelo. Al público no le alcanzó el tiempo para reaccionar a la muerte gloriosa o no entendieron esa resurrección instantánea, y eso provocó una carcajada colectiva.

Esa fue la última vez que actué.

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