POR AYOSE GARCÍA NARANJO
Hablar del recrudecimiento del bloqueo impuesto por Washington a Cuba hace casi 60 años parece un argumento retórico que no tiene fin. El análisis del proceso, en su devenir histórico, expresa el carácter irreflexivo que ha asumido este rencor político enquistado con el tiempo o, simplemente, se demuestra como objeto de la más burda manipulación, si de ello depende asegurar los votos de una futura campaña electoral.
Hace solo unos días, la administración de Donald Trump hizo efectivas las nuevas restricciones relacionadas con la compra de productos que contengan más del 10 por ciento de componentes estadounidenses y el arrendamiento de aeronaves y embarcaciones que, de acuerdo con la regulación, buscan restringir aún más las exportaciones y reexportaciones de artículos a la Isla.
Una vez más, al justificar tales prohibiciones, el ejecutivo del magnate apeló a un pretexto que se torna recurrente en los últimos meses: la solidaridad de nuestro país con Venezuela y el Gobierno de Nicolás Maduro. Además, mencionó que su intención es solo brindar apoyo al pueblo cubano, aunque en la práctica resulta evidente que tales medidas solo dañan a quien dicen beneficiar, incluyendo a los cubanoamericanos y a los propios estadounidenses.
Lo cierto es que debido a este nuevo empeño de coerción unilateral, la empresa Cubana de Aviación ha sido notificada por parte de las compañías arrendadoras de terceros países del cese de contratos de arrendamiento ya suscritos, lo cual provocó la cancelación de vuelos internacionales a destinos como Santo Domingo, México o Caracas, lugares que tras ser retomados, recientemente, ahora se vuelven a cancelar.
Si bien no es difícil suponer el impacto económico de esas arbitrariedades, directivos de la institución aérea arrojan luz sobre el asunto, estiman que hasta finales de año se dejarán de transportar alrededor de 40 000 pasajeros y se perderán cerca de 10 000 000 de pesos en moneda libremente convertible.
Por otro lado, cabe destacar que las cifras anteriores ni siquiera incluyen el saldo, también lacerante, relacionado con la transportación nacional, pues los aviones que se retiraron volaban a las ciudades de Holguín y Santiago de Cuba, lo cual provocó una adaptación urgente del itinerario en base a las repentinas ausencias.
Sin dudas, las consecuencias de las políticas norteamericanas trascienden el plano meramente económico, buscan perjudicar la imagen y reputación de los organismos públicos de la nación mediante el incumplimiento de los acuerdos comerciales contraídos; solo que más allá de representar actos adicionales del bloqueo que repercuten en la macroeconomía, las sanciones golpean en esencia al ciudadano común al intentar sumir su desenvolvimiento cotidiano en un ambiente de precariedad y desesperación al entorpecer la disponibilidad de servicios elementales, relacionados con la producción de alimentos o medicamentos vitales para salvar una vida.
No obstante, Estados Unidos mantiene un fallido guion contra Cuba en el que todavía intenta someterla a través de la coerción o la imposición, cuando la historia demuestra con claridad que la voluntad de los cubanos no se doblega ante ninguna amenaza y lejos de claudicar en su empeño se estimula con el apoyo social que recibe de forma constante, el mismo que se hará público cuando el proyecto de denuncia al bloqueo presentado ayer en la Asamblea General de la ONU sea apoyado por una abrumadora mayoría.