Cuidados intensivos: Retar a la muerte desde el anonimato

POR ANET MARTÍNEZ SÚAREZ

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El doctor Enrique Rodríguez Gar­cía, en el extremo derecho, junto a sus colegas

Una conversación con la joven Ileana, madre que hace casi un año sufrió complicaciones durante el parto y superó la gravedad, me impulsa hacia ese lugar donde la esencia de la vida se valora aún más porque la muerte golpea fuerte y de cerca.

Antes de subir las escaleras del hospital provincial Faus­tino Pérez, de Matanzas, los rostros tristes, ansiosos… que esperan por el próximo parte del médico, me recuerdan a la familia de Ileana, entonces me aborda la esperanza. Poco a poco, te alejas de la multitud y llegas al local preciso.

Al interior de la Unidad de Cuidados Intensivos Polivalente impera la tranquilidad. Tras el cristal de diferentes áreas se vi­sualizan los pacientes, junto al personal médico, que luchan por vencer los azares del destino, mientras un reloj digital co­locado en la pared marca los días, las horas, los minutos.

En una pequeña oficina, el doctor Enrique Rodríguez Gar­cía, rodeado de colegas que vienen a consultarlo, de libros de Medicina Intensiva sobre el buró y también de una foto de su familia, cede unos minutos para dialogar sobre el trabajo en equipo, ese que los ha convertido en Centro de Referencia Provincial para la Atención a la Paciente Obstétrica Grave.

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La modestia le impide levantar la mirada, hasta que co­mienza a hablar de la profesión que escogió con una energía impresionante. “La pasión por la carrera viene de apreciar lo que hacían mi mamá y mi tío, enfermeros que trabajaban con personas tan delicadas de salud. Al concluir la universidad fui afortunado, pues vinieron especialidades de Medicina Intensiva y nos ubicaron donde más nos necesitaran”.

El muchacho, oriundo de San Pedro de Mayabón, pueblito de Los Arabos que marca el límite entre Matanzas y Villa Cla­ra, con tan solo 29 años asumió la responsabilidad de ser jefe de la Unidad, luego de recibir la preparación de prestigiosos pedagogos.

“Todo lo que sabemos se lo debemos a nuestros profes, colegas de la talla de Jorge Luis Molina, Aramís Machado, Ma­nuel Lima… con una capacidad que inspiraba respeto y el deseo de parecernos a ellos. Cuando alguno daba una indicación por más difícil que fuera, esta representaba un compromiso, pues eran parte de la familia y con la familia nunca quedas mal”, comenta el joven.

Aunque confiesa que se encuentra distante del potencial de tantos colegas, seguir el ejemplo de sus maestros le permitió crecer en el trabajo.

El grupo de expertos que atiende enfermos críticos lucha constantemente contra la muerte y se convierte en un reto diario lograr que personas con alta probabilidad de fallecer recuperen la vitalidad, posean una calidad de vida loable.

Los cuatro meses vividos, como residente, al lado de un mu­chacho de 17 años que sufrió un traumatismo craneal severo debido a un accidente y que falleció ante un daño cerebral irreversible; o los siete días sin dormir tratando de salvar a una niña de 13 años que presentó serias complicaciones tras un aborto y que sobrevivió, lo conducen a comprender el verdadero valor de ser médico de Cuidados Intensivos.

“Cuando haces todos los días algo por alguien, comienzas a sentir que esa persona significa mucho para ti. Es triste ver que un momento de felicidad se convierte en una desgracia; comunicarle a alguien que su ser querido no va a so­brevivir resulta muy difícil para un médico”.

Tres veces al día realizan la dura tarea de transmitir información a los familiares, lapso que demanda de ellos la necesidad de convertirse en más objetivos que subjetivos.

“Aprendemos a ver la muerte como un proceso natural, por tanto, la especialidad te desgasta desde el punto de vista psicológico. A veces nos enfocamos más en significar el estado real del paciente y las acciones concretas en pos de la mejoría, siem­pre persiste la esperanza a pesar de las lesiones incompatibles con la vida, eso es lo que tratamos de transmitir”, acla­ra el especialista en Primer Grado en Cuidados Intensivos y Reanimación.

Sin embargo, la propia profesión les juega una mala pasada, pues esa constancia casi nunca se agradece. “Los pa­cientes de la Unidad están inconscientes, ventilados y no co­nocen a todo el equipo. Cuando están mejores como para es­tar despiertos y respirando de manera espontánea los trasladamos”.

Kikito, como también le llaman, ha sabido ganarse no solo el respeto de pacientes y familiares al conducir un grupo de procesos clínicos con calidad a la altura de los momentos difíciles, sino también de sus compañeros al evaluar esos procesos y aplicar un grupo de medidas cuando estas no salen se­gún lo previsto.

Considera que uno de los pasos más importantes en su profesión ha sido dentro del Grupo de Atención a la Materna Grave, donde no se escatiman recursos por la vida de una mujer y prácticamente no existe el descanso para el binomio intensivista-obstetra, en ocasiones profesores de cirugía y neona­tólogos.

Según el también responsable de la Comisión Provincial de Atención a la Paciente Obstétrica Grave, este tipo de asistencia es protagonizada por especialistas de mayor experticia o calidad científica, “ello es de obligatorio cumplimiento”.

“Antiguamente se solicitaba el especialista y él iba solo al lugar donde lo necesitaban. Hoy no hacemos ningún traslado de forma aislada, algo muy efectivo porque si los factores relacionados con el alumbramiento se tornan más difíciles, eso exige la actuación conjunta de profesionales más entrenados en cada área”, detalla.

El grupo evalúa el estado de las mujeres, las rescata del pe­ligro al realizar intervenciones en el escenario y las estabiliza; cuando las condiciones están creadas, proceden al traslado a la cabecera provincial, lo que “permite tomar conductas más rápidas y con menos margen de errores”.

La entrevista concluye y el doctor se suma al amplio grupo de trabajo. El reloj avanza, pero los pacientes en coma siguen con alguien a su lado que vela por ellos, bajas las escaleras y allí están los familiares, cruzas la calle y encuentras a mujeres como Ileana que llevan en su memoria el nombre de hombres, casi anónimos, que apuestan a diario por la vida.

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