POR YASEL TOLEDO GARNACHE (ACN)
El fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina, ocurrido el 27 de noviembre de 1871 en La Habana, es una de las páginas de tristeza en la historia nacional, con letras de injusticia, sangre e indignación, un suceso que casi 150 años después todavía duele.
Ocho jóvenes, llenos de energía y sueños, de amor y salud, eran arrancados de la vida por el capricho de algunos, cuando ni siquiera llegaban a los 21 años de edad. La crueldad del Cuerpo de Voluntarios de La Habana y la inmoralidad del gobierno colonial español se mezclaron para conformar otra vez la muerte.
Parece cuestión de ciencia ficción lo sucedido durante aquellos días de noviembre: varios estudiantes jugaban en el cementerio una tarde, cuatro de los cuales montaron en la carretilla que servía para trasladar los cadáveres y otro tomó una flor. El vigilante Vicente Cobas los acusó de rayar el cristal que cubría el nicho del periodista hispano Gonzalo Castañón, y ese fue el detonante de lo demás.
Una jornada después, el gobernador Dionisio López Roberts sacó del aula a más de 40 alumnos dispuesto a darles un escarmiento y hacer presión para extraer dinero a sus familias. Todo se fue complicando por presiones del Cuerpo de Voluntarios, el cual no aceptó las sentencias suaves de un primer juicio y forzó a un segundo Consejo de Guerra.
La demencia resultó tal que tres de los ocho fusilados se escogieron al azar. Otros 11 jóvenes fueron condenados a seis años de prisión, 20 a cuatro años, y cuatro a seis meses.
Escrito así todo parece demasiado leve. En 1871 había guerra en parte de Cuba. Los Voluntarios intentaban implantar el miedo en las calles habaneras, la inmoralidad pululaba en el sistema colonial peninsular… La desesperación de aquellos jóvenes y sus familias era enorme. Por supuesto que tenían miedo, mucho miedo, casi ni entendían el curso de los acontecimientos.
Momento terrible aquel al escuchar las sentencias. Hubo lágrimas, abrazos, despedidas rápidas…, y luego los disparos, la sangre, la agonía que para algunos no terminó nunca.
INOCENCIA, UNA PELÍCULA NECESARIA
Recientemente, la película Inocencia, del director Alejandro Gil, avivó otra vez la dimensión real de aquel hecho. En cines repletos, decenas de personas se emocionaban y algunas no podían evitar las lágrimas.
Aunque sea incómodo admitirlo, esos acontecimientos solían ser abordados desde la frialdad o la distancia de algunos datos en clases de historia. En el filme, muchos percibimos por primera vez la dimensión humana de aquellos muchachos, el efecto de la locura cruel del Cuerpo de Voluntarios, y el humanismo y la solidaridad de personas como Fermín Valdés Domínguez, uno de los alumnos apresados, quien todavía no tenía 19 años.
Gracias a la buena factura, elementos interesantes en el contenido, guión sólido y buenas actuaciones, varias escenas de la obra, ganadora de diversos reconocimientos, se albergaron en las mentes de numerosos espectadores, ahora más sensibilizados con esos jóvenes.
Ahí estaba también el capitán español Federico Capdevila, de apenas 27 años, quien fue el abogado de oficio que defendió a los acusados en el primer Consejo de Guerra, y sorprendió por su sentido de la justicia y el decoro.
Según el testimonio del propio Valdés Domínguez, en el juicio el capitán “se elevó a un alto puesto entre los hombres de verdadera fe patriótica”.
Capdevila, fallecido en agosto de 1898 víctima de la tuberculosis, describió el juicio como triste, lamentable y repugnante; y a los voluntarios como “un puñado de revoltosos que hollando la equidad y la justicia, pisoteando el principio de autoridad y abusando de la fuerza, quieren sobreponerse a la sana razón y a la ley”.
Era tanta la dignidad de aquel militar que, luego de conocer sobre el fusilamiento de sus defendidos, quebró en público su espada y renunció a continuar prestando servicios como oficial.
HOMENAJE ETERNO
Más allá de una fecha, los ocho estudiantes de Medicina merecen ser recordados siempre con todas las luces de su ejemplo, en esta Cuba de esfuerzos, valor y retos.
Es inevitable pensar en el libro escrito por Valdés Domínguez sobre los acontecimientos, titulado 27 de noviembre de 1871, cuya primera versión se publicó en España y otra más completa en Cuba en 1887, con cuatro mil ejemplares que se agotaron rápidamente, para más tarde sacar otra edición, rápidamente consumida también.
Sería muy favorable que ese texto esté en nuestras escuelas. Ojalá sea posible reeditarlo, como otra fuente indispensable de la historia nacional, desde la voz de uno de los protagonistas.
De esos estudiantes no debiéramos hablar nunca desde la distancia. Pudieran ser nuestros hermanos, primos, vecinos, compañeros de aula o nosotros mismos. Lo sucedido constituye también una muestra de la oscuridad de aquella Cuba de miseria y muertes, que jamás deberá volver.
Duele a la distancia de los años ese crimen. Cuanto odio.
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