POR ROBERTO VÁZQUEZ PÉREZ
La presencia del poeta se hace sentir en los mismos espacios de los parques, con las sacras campanadas de la iglesia parroquial, con el agua del San Juan y su puente, o una tórtola cimarronzuela de rojos pies que en el instante huyó para encontrar la libertad en la madrugada del monte.
José Jacinto Milanés, el cantor pobre, tímido y enfermizo, que hizo una historia con epopeya en la poesía. Sus 49 años de vida (1814-1863) le merecieron el reconocimiento de la posteridad y de los valores más egregios de su tiempo y posteriores. El imprescindible Menéndez y Pelayo le elogió como «poeta del sentimiento candoroso e infantil» y el norteamericano Longfellow le consideró el más eminente poeta cubano.
El amor oculto por Isa está en La Fuga de la Tórtola, metáfora confidente que sabe de su alocado sentimiento y quizás de un temprano sentimiento de libertad buscada por esa evasión.
José Jacinto tuvo amores entre los 12 y 19 años de edad, con «escenas ya alegres, ya tristes, ya ridícula» como valoró su hermano Federico. Una adolescencia preparatoria para que a los 20 comenzara la gran tragedia de su vida: la pasión por su prima, quien nunca lo aceptó.
Murió a los 49 años en el mismo inmueble donde hoy se guarda el Archivo Histórico Provincial, en la calle que lleva su apellido. Su sepelio constituyó una página de luto en la ciudad que lloraba a un poeta de finos matices y sensibilidad capaz de alcanzar el infinito de la gloria. Estro melancólico, de tristeza que nunca llegó al lamento.
José Jacinto Milanés, ya lo dijimos, alcanzó por condición propia, no por otorgamiento, la celebridad de sus coetáneos con versos de perfume intenso.