POR ARNALDO JIMÉNEZ DE LA CAL, DOCTOR EN CIENCIAS HISTÓRICAS
Uno de los más horrendos crímenes que España cometió en Cuba fue el fusilamiento de ocho estudiantes de Medicina, el 27 de noviembre de 1871 en La Habana y la condena al resto de los alumnos del primer curso de esa carrera a largos años de presidio con trabajos forzados.
Entre los fusilados estaba el matancero Carlos Verdugo y Martínez, de 17 años y el más inocente de todos ellos, pues no estaba el día en que se realizaron los hechos imputados falsamente a los jóvenes, además no salió en el primer macabro sorteo y solamente fue señalado por la muerte en el segundo.
Con las vidas de aquellos cultos, adinerados y criollos estudiantes, los voluntarios (incultos y buscadores de riquezas en Cuba) trataban de vengar las costosas derrotas hispanas en los campos orientales y centrales de Cuba, propinadas por los mambises, así como causarles terribles daños a las pudientes familias cubanas.
La estirpe de aquellos adolescentes se refleja en el joven cardenense Fernando Méndez Capote. El condenado, flaco, mal vestido, mugriento y pálido le dijo en voz alta a su padre cuando pudo visitarlo en prisión, para que carceleros y presos lo oyeran: “¡Los cubanos somos machos, viejo! No te humilles ante los españoles, no quiero que le pidas nada a nadie para mí…”.
Madrid se escandalizó cuando conoció del crimen. La Reina prontamente los indultó, sin embargo, no fue posible ejecutar la orden, pues los voluntarios amotinados de nuevo amenazaban con asesinarlos tan pronto salieran del presidio. Fue necesario enviar a La Habana la fragata Zaragoza para, mediante su protección, sacarlos del país.
Martí fue de los primeros en condenar el hecho. A un año del crimen, hizo circular en Madrid, una hoja impresa titulada El 27 de noviembre de 1871, la cual, junto a su firma, ostentaba la de dos estudiantes condenados: Fermín Valdés Domínguez y Pedro J. de la Torre.
Años después, mediante un largo esfuerzo por reivindicar a sus compañeros, Fermín Valdés Domínguez en 1887, publicó su libro El 27 de noviembre de 1871, donde demostraba la inocencia de los acusados y la crueldad de España en su trato con los cubanos.
En Matanzas, este justiciero y valeroso empeño no pasó inadvertido. Los jóvenes yumurinos, agrupados en el Círculo de la Juventud Liberal, dirigido por el intelectual Nicolás Heredia, acordó el 31 de enero de 1887 enviarle una carta a Valdés Domínguez por su libro, donde dice: “… por la actitud dignísima en que se ha colocado al reivindicar la buena memoria de sus compañeros. Los estudiantes fusilados el 27 de noviembre de 1871…”.
Si la acción es importante no lo son menos los firmantes del texto, representantes de las más encumbradas familias matanceras: los Trelles, Ramón Verdura, Mateo I. Fiol, el Dr. Julio Ortiz Cofiggni, Domingo Lecuona y otros.
En la institución se acordó celebrar un acto de homenaje a Fermín Valdés y los estudiantes asesinados, invitando al mismo autor del libro y a Manuel Sanguily, figura muy ligada al independentismo.
En los altos del Café La Diana (hoy Milanés y Santa Teresa), se llevó a cabo lo acordado el 9 de abril de 1887. El primer orador fue Nicolás Heredia, presidente del Círculo, donde explicó el motivo de la reunión, introduciendo a Valdés Domínguez.
Emocionado, el joven galeno agradeció el acto y clamó por la justicia en el hecho vandálico cometido por los voluntarios con la anuencia del gobierno colonial español. Explicó la idea de levantar un mausoleo en La Habana en recuerdo a los ocho mártires y dijo del Círculo de la Juventud Liberal de Matanzas: “(…) han sido los primeros en Cuba en honrar la memoria de nuestros niños mártires, ofreciéndome esta velada…”.
Ante estas palabras, el público comenzaba a enardecerse y el celador de la policía, obligatoriamente presente, se iba inquietando. Ocupa la tribuna Manuel Sanguily. Comienza en tono pausado, pero pronto su discurso se torna retador y en voz altisonante acusa a España del crimen y a los voluntarios los tacha de asesinos. Desde el público alguien grita: “Al tirano se le aplaude o se le ahorca”. Hay aplausos y algún que otro grito contra España. Es más de lo que el celador puede aguantar y clausura el acto, pero los asistentes, ahora en la vía pública siguen gritando. El Círculo poco después fue clausurado.
En Matanzas, la memoria de los jóvenes mártires, representados en Carlos Verdugo, siempre fue bandera de lucha. A principio de la década del 20 del siglo anterior, la Asociación de Estudiantes de Matanzas colocó una placa donde nació el 15 de enero de 1854 y a la cual cada año el estudiantado se dirigía en manifestación reivindicadora.
Después del golpe del 10 de marzo de 1952, los estudiantes yumurinos convirtieron cada fecha patria en data acusadora al régimen batistiano y el 27 de noviembre enfilaban desde el centro de la ciudad hacia el barrio de Versalles, sin importarles que a solo unos pasos del inmueble donde nació Verdugo se alzaba imponente y amenazante el cuartel Goicuría.
En 1952, como casi siempre ocurría, partía del entonces Instituto de Segunda Enseñanza una manifestación, en la que se incluían los alumnos de la Normal y a su paso se iba nutriendo de otros jóvenes, obreros, trabajadores y alumnos de las Escuelas Superiores hasta que en Milanés y Matanzas se fortalecía con los de la Escuela de Comercio. Al grito de ¡Abajo Batista!, con la cabeza erguida, el gesto firme y la bandera cubana al frente, llegaban hasta la casa natal y en recuerdo del mártir fustigaban al régimen batistiano.
En 1953 fueron al mismo sitio a denunciar el asesinato de Rubén Batista y el resumen estuvo a cargo de Álvaro Barba, presidente de la Federación Estudiantil Universitaria habanera en ese momento.
Después de esta fecha, las demostraciones fueron reprimidas por la policía y el ejército hasta la de 1957, en que encerrados en el puente de Versalles Lacret Morlot fueron golpeados, lanzados al agua y detenidos. La brutalidad fue tal que no se pudieron hacer hasta 1959 cuando en una Cuba Libre se hizo realidad y válido el martirologio de todos los cubanos que cayeron abrazados al pedestal de la Patria.